Quan vaig veure el títol, hem va agradar, i vaig
pensar que ajudaria a tancar aquesta sèrie de cinc reflexions finals d’aquesta
etapa.
M’ha semblat idoni, no treure cap paraula, ni fer la
traducció, per no perdre la síntesi del seu sentit.
“Me envía este bonito artículo el Dr. Rafael Tomás Caldera. Está escrito
por Enrique Orschanski, médico pediatra, y se publicó en uno de los
diarios de Córdoba. Aquí va:
En
los últimos 50 años, nuestro estilo de vida familiar cambió drásticamente como
consecuencia de un nuevo sistema de producción. La inclusión de la mujer en el
circuito laboral llevó a que ambos padres se ausenten del hogar por largos
períodos creando como consecuencia el llamado “síndrome de la casa vacía”.
El
nuevo paradigma implicó que muchos niños quedaran a cargo de personas ajenas al
hogar o en instituciones. Esta tercerización de la crianza se extendió y
naturalizó en muchos hogares.
Algunos
afortunados todavía pueden contar con sus abuelos para cubrir muchas tareas: la
protección, los traslados, la alimentación, el descanso y hasta las consultas
médicas. Estos privilegiados chicos tienen padres de padres y lo celebran
eligiendo todos los apelativos posibles: abu, abuela/o nona/o bobe, zeide,
tata, yaya/o opi, oma, baba, abue, lala, babi, o por su nombre, cuando la
coquetería lo exige.
Los abuelos no sólo cuidan, son
el tronco de la familia extendida, la que aporta algo que los padres no
siempre vislumbran: pertenencia e
identidad; factores indispensables en los nuevos brotes
La
mayoría de los abuelos siente adoración por sus nietos. Es fácil ver que las
fotos de los hijos van siendo reemplazadas por las de éstos. Con esta señal,
los padres descubren dos verdades: que no están solos en la tarea y que han
entrado en su madurez.
El
abuelazgo constituye una forma contundente de comprender el paso del tiempo, de
aceptar la edad y la esperable vejez.
Lejos
de apenarse, sienten al mismo tiempo otra certeza que supera a las anteriores:
los nietos significan que es posible la inmortalidad. Porque al ampliar la
familia, ellos prolongan los rasgos, los gestos: extienden la vida. La batalla
contra la finitud no está perdida, se ilusionan.
Los
abuelos miran diferente. Como suelen no ver bien, usan los ojos para otras
cosas. Para opinar, por ejemplo o para recordar.
Como
siempre están pensando en algo, se les humedece la mirada; a veces tienen miedo
de no poder decir todo lo que quieren.
La
mayoría tiene las manos suaves y las mueven con cuidado. Aprendieron que un
abrazo enseña más que toda una biblioteca.
Los
abuelos tienen el tiempo que se les perdió a los padres; de alguna manera
pudieron recuperarlo. Leen libros sin apuro o cuentan historias de cuando ellos
eran chicos. Con cada palabra, las raíces se hacen más profundas; la identidad,
más probable.
Los
abuelos construyen infancias, en silencio y cada día. Son incomparables
cómplices de secretos. Malcrían profesionalmente porque no tienen que dar
cuenta a nadie de sus actos. Consideran, con autoridad, que la memoria es la
capacidad de olvidar algunas cosas. Por eso no recuerdan que las mismas gracias
de sus nietos las hicieron sus hijos. Pero entonces, no las veían, de tan
preocupados que estaban por educarlos. Algunos todavía saben jugar a cosas que
no se enchufan.
Son
personas expertas en disolver angustias cuando, por una discusión de los
padres, el niño siente que el mundo se derrumba. La comida que ellos sirven es
la más rica; incluso la comprada. Los abuelos huelen siempre a abuelo. No es
por el perfume que usan, ellos son así. ¿O no recordamos su aroma para siempre?
Los
chicos que tienen abuelos están mucho más cerca de la felicidad. Los que los
tienen lejos, deberían procurarse uno, siempre hay buena gente disponible.
Finalmente,
para que sepan los descreídos:
Los abuelos nunca mueren, solo se
hacen invisibles.”
Us deixo l’adreça d’origen :https://rsanzcarrera.wordpress.com/2016/01/04/los-abuelos-nunca-mueren-solo-se-hacen-invisibles/
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